“Era el tiempo en que los álbumes de fotos empezaban a llenarse. Se
encontraban con preferencia en los lugares más gélidos de la casa, sobre
consolas o veladores en los recibidores; encuadernados en piel con repulsivas
incrustaciones metálicas y hojas de un dedo de espesor y con los cantos
dorados, en las que se distribuían figuras bufamente vestidas o cubiertas de
cordones y lazos: el tío Álex o la tía Rika, Trudi cuando todavía era pequeña,
papá recién llegado a la universidad. Y, por último, para consumar la
ignominia, nosotros mismos: como tiroleses de salón, lanzando gorgoritos,
balanceando el sombrero contra un fondo de neveros pintados, o bien como
atildados marineros (con una pierna recta y otra doblada como debe ser),
apoyados en un poste pulido. Con sus pedestales, sus balaustradas y sus mesitas
ovales, recuerdas los accesorios de estos retratos aquellos tiempos en los que,
a causa de lo mucho que duraba la exposición, había que proporcionar a los
modelos puntos de apoyo para que se quedaran quietos. Si al principio bastó con
apoyos para la cabeza o para las rodillas, pronto aparecieron “otros
accesorios, como sucedía en cuadros famosos y que, por tanto, debían de ser ‘artísticos’.
Los primeros fueron la columna y la cortina.”
Walter Benjamin
Pequeña Historia de la fotografía
La fotografía es de Romualdo García